Para Circo Romano | Publicada el 16 de junio de 2022
Hay un nuevo libro sobre la serie que cambió la forma de hacer ficción en Argentina. El escritor Leandro Barttolotta analizó el fenómeno, que sigue vigente, a dos décadas de su primera emisión.Texto Andrés Birman
Okupas salió al aire por primera vez el 18 de octubre
de 2000, en el canal estatal. Y, sin proponérselo, marcó entonces el comienzo
de un fenómeno popular. La serie contaba el recorrido de Ricardo, Pollo, Walter
y Chiqui (Rodrigo de la Serna, Diego
Alonso, Ariel Staltari y Franco
Tirri, respectivamente), quienes convivían en un caserón de
Congreso del que recién la policía había desalojado a sus ocupantes.
Al concluir los
once episodios, hubo dos repeticiones en distintos canales de aire. Y así se
reconfirmó el inicio de la leyenda. La historia, el guion y los personajes
calaron muy hondo en un sector de la sociedad que, con el paso de los años, la
mantuvo boca a boca de distintas formas: la conversión de los VHS a DVD
permitió su llegada a las ferias en que se buscaba material pirata. Luego
fueron las webs de descarga y más adelante YouTube quienes ayudaron a agrandar
el mito. Mito para el que fue importantísimo el Negro Pablo (uno de los mejores
villanos de la TV local, interpretado por Dante Mastropierro).
Pero el año
pasado, y luego de una larga cruzada de los fanáticos que deseaban disfrutarla
en buena calidad, la serie de culto dirigida por Bruno Stagnaro conquistó
Netflix. Para dar ese paso se requirió la composición de una nueva banda de
sonido, ya que la versión original contaba con varios clásicos del rock, cuyos
derechos de autor resultaban impagables. Ahí entró en escena Santiago
Barrionuevo, líder de El Mató a un Policía Motorizado, que con
nuevos sonidos adaptó las imágenes a la plataforma de streaming.
Mientras eso
sucedía, Leandro Barttolotta comenzaba a escribir “Okupas,
historia de una generación”, que recientemente lanzó Editorial
Sudestada y fue presentado con una firma de ejemplares en su stand de la Feria
del Libro. El autor charló con Circo Romano acerca del
cómo este unitario atravesó su vida, qué lo distingue de otras producciones,
los memes que originó, la amistad de sus protagonistas, la representación de la
sociedad previa al estallido de 2001 y, sí, la nueva banda sonora.
– ¿Qué representa
Okupas para vos, que te llevó a escribir un libro sobre la serie?
– La verdad es
que Okupas no necesitaba un libro, no le sobra ni le falta nada. Es algo que
nos conmovió y, como tal, no sé si requería eso. Pero sí yo necesitaba
escribirlo. Una de las hipótesis que plantea es que, más que una serie, fue una
banda de rock que apareció en la televisión, desde ahí interpeló y llamó a toda
una generación que no estaba representada en la pantalla, que incluso casi no
formaba parte de cierto ritual doméstico de sentarse a mirar tele. Entonces se
parte desde ahí, saber qué pasó con esos televidentes originarios –por decirlo
de algún modo– que la vimos en los viejos aparatos de tubo. Y después empezar a
ver, durante estos veinte años, cómo cada vez que cambió de formato (VHS, DVD
trucho, sitios de descarga, YouTube y finalmente Netflix), nos permitió seguir
pensando la época; qué pasaba con nosotros, cómo cambiaron la ciudad, las
formas de ser joven y hasta también el ver televisión. Con respecto a la escritura,
desde aquellas primeras salidas al aire nos pasó que cada vez que la vimos nos
dejó manija y unas ganas de expresarnos. Ya sea
charlarla con amigos en el barrio dos décadas atrás o participar de alguna
movida que se armaba en un centro cultural y se pasaban capítulos, para después
hablar de Okupas.
– ¿Cómo era y en qué momento estaba el Leandro
Barttolotta que miraba la serie por televisión en 2000?
– Traté de
pensar cuál fue el capítulo con el que me enganché y siempre jodo con esa
escena de Los Simpson en que Bart lo llama a Milhouse y le pregunta si estaba
mirando el mismo canal que él. La respuesta es que sí, aunque estaba en
cualquiera y justo cambia. Me parece que pasó algo de eso, nosotros no lo
esperábamos, aunque sí cierta crítica especializada. Siento que nos metimos en
una función que ya estaba empezada. Yo tendría 17, 18 años… recuerdo que era
ver la serie y salir al barrio a comentarla. Yo digo que la veíamos con la tele
en la vereda, porque apenas terminaba tenías ganas de conversar sobre eso. Como
soy de Quilmes, recuerdo muy bien el furor que habían provocado los episodios
grabados acá (Bienvenidos al tren y El ojo blindado). El punto de
vista del libro es adulto, pero a la vez trata de conversar permanentemente con
ese pasado que existe y con las preguntas que nos hacemos hace veinte años.
– La comparación con Los Simpson no parece casual. Son
dos series a las que, aunque se sepa lo que va a suceder, mucha gente vuelve y
siempre encuentra algo nuevo o diferente.
– Está bien esa
analogía, porque si hay dos industrias creativas de memes son Los Simpson y
Okupas. Eso que en los últimos años aparece como uno de los modos de expresión
social es un indicador. Hay muchos memes de la serie que dialogan con otros de
Los Simpson, hay algo ahí que muestra lo que significó para toda una
generación. No se agota como historia, por todo lo que genera para la amplia
familia okupera, pero a su vez toca algo en esa trinidad de
amistad, calle y noche. También nos preguntamos qué pasó con los amigos, qué
tipo de vínculos creamos en esos tiempos, si se sostuvieron o mutaron. El
desafío era correrme un poco del pasado y pensarlo como algo que muta, va y
vuelve, mete preguntas ahí.
– ¿Cómo fue
el proceso de escritura y cuánto tiempo te llevó realizar el libro?
– Fue escrito aprovechando la nocturnidad de mi
insomnio. Habré tardado cinco meses, pero con el proyecto muy avanzado llegó el
estreno en Netflix y ahí me surgieron un montón de nuevas
preguntas. Entonces hice un rastreo, lo más exhaustivo posible, de todas
las entrevistas que hay a los actores, director, productor y guionistas, tanto
en diarios como a través de medios web.
– ¿Sabés si alguien
que haya participado de Okupas recibió el material? ¿Cómo fueron las
reacciones?
– Sé que le llegó a Bruno Stagnaro. También a Diego
Alonso, que se sacó una foto con el ejemplar y fue muy emotivo. Me interesa
mucho saber cuáles son las lecturas que pueden hacer. Ariel Staltari lo recibió
con muy buena onda y eso es una re alegría. Estaría buenísimo poder hacer
alguna presentación con alguien del equipo.
– Okupas hizo el camino inverso al común
de las series. No es un contenido original de Netflix y si hoy está dónde está
es por la gente que pedía disfrutarla en buena calidad. La plataforma entendió
que –dos
décadas después- seguía generando algo en el público y se interesó por
ofrecerla en su catálogo.
– Hubo algo de demanda o pedido desde abajo de la
propia gente, fue así, no es que lo incluyeron en el catálogo a ver si generaba
algo. El pedido pasaba más por la remasterización y verlo en HD que por el
hecho de estar en Netflix. Había algo en la calidad de las imágenes que
circulaban que ya no permitía distinguir mucho, además de que el audio era
malo. Este cambio nos expuso de manera obscena un montón de cicatrices de esa
ciudad que no recordábamos y vemos un montón de detalles en los personajes que
antes pasaban de largo. Y sucede algo con la misma plataforma, que es –inevitablemente–
de domesticación, para ver desde un lugar diferente al que mirábamos Okupas en
otros momentos, lo cual también implicaba un desafío. Me acuerdo que en las
redes oficiales anunciaban a la serie con el lenguaje propio de los fanáticos y
eso es algo que hoy siguen haciendo. La llegada a Netflix corona la vigencia de
todos estos años.
– Considerando que la sociedad y la ciudad
ya no son como aparecen en la serie, ¿qué creés que tiene Okupas que, tanto
tiempo después, atrapa a gente que ni había nacido cuando se hizo?
– Esa es una de las
preguntas que motoriza el libro, sin dudas, pero creo que se respetan ciertos
misterios y enigmas. Porque si uno piensa a Okupas como una banda que apareció
en la tele, o como algo anexado al movimiento del rock de aquellos años,
también se puede pensar que siguen sonando Los Redondos, los Stones, La Renga…
Incluso aparecen nuevas escuchas de pibitos y pibitas que eran hermanos menores
o ni siquiera habían nacido, yo juego con esa imagen. Por eso la insistencia
con la relación de amistad y el modo de ocupar la calle. Eso va en términos
grupales, hay algo de banda que hoy pareciera que retorna. Es cierto lo que
dijeron actores, guionistas y demás: hay algo de la intensidad con que se vive
la amistad en una sociedad hecha mierda, que conmueve y moviliza. No es eso
solo y una de las posibles explicaciones de por qué se mantuvo es que se parece
demasiado a esas bandas de rock que también perduraron. Es como cuando escuchás
un disco después de mucho tiempo y te sigue llegando, porque toca fibras que
también son del presente. Okupas siguió, de algún modo, pensando la coyuntura
política y social, porque todos los días hay un meme con algo de la agenda
mediática.
– ¿Cuál creés que es
su punto más alto?
– Los personajes representan una de las cosas más
grosas. La serie muestra una vagancia popular muy amplia. Y Dante Mastropierro
–el Negro Pablo– suele decir que todos se pueden identificar con algún gesto,
con alguna acción, con algún berretín de cualquiera de los
personajes. No era una noción del mundo popular reducida a cierta
representación de lo marginal o “una de tiros”, por decirlo así. No es
permanentemente secuencias, violencia y demás… Hay un mundo popular muy grande;
está el que hace changas, el paseador de perros, el transa, el que pide
monedas, el mantenido de la renta familiar, el que roba. La identificación no
es sólo con un personaje, sino con momentos de cada uno o sus personalidades.
Por ejemplo, la manera de ser amigo del Chiqui siempre emociona y es una
utopía. A su vez el uso del lenguaje que hace el Negro Pablo es
impresionante.
Yo, que soy fanático
de los Rolling Stones, me identifico con Walter; porque no solían aparecer así
los rolingas en la televisión. Te los ponían como un estereotipo, siempre
reducidos a dos o tres gestos, analfabetos o tirando pocas palabras y acá
aparece uno en la ciudad, en la noche, con su modo de hablar. Hay una representación de
los cuerpos de una generación, del vocabulario y el descanso a los demás. La avidez y esas ganas de
morfarse al mundo que tiene Ricardo son las mismas que teníamos todos al salir
de la escuela secundaria. Si comparás, las series que vinieron después
redujeron el mundo popular a algunas imágenes de lo marginal y muchas veces
desapareció la figura del laburante. Todo se acható y, como dice Bruno
Stagnaro, se convirtió en una especie de Policías en acción.
– ¿Qué sentiste con la banda sonora que se realizó
para esta nueva versión?
– La cuestión de
mejorar la calidad era necesaria, porque además permite salvaguardarla del paso
del tiempo que puede hacer mierda lo material. La verdad es que, en lo
personal, no me gustó el cambio en la banda de sonido. Más allá de los derechos
de ciertas canciones y la musicalización evidente, lo más complicado es que la
sensación –dicho de una forma muy brutal– era que se había desviscerado algo.
Se quitó un ambiente sonoro en arreglos y detalles muy chicos, más allá de lo
que significan algunos temas en determinadas escenas. A veces cortaban bastante
el mambo o no tenían mucho que ver con la música en el momento de la emisión
original. Cuando están bajando al río de Quilmes suena algo que no es acorde a
lo que pasa y ahí se nota más. Me parece complejo ese vaciamiento de sonidos
que nos trasladaban en el tiempo. En mi experiencia, por momentos es un
silencio bastante complicado el que se siente. A nosotros la serie nos linkeaba
con la época y al cambiar eso, hay algo de la memoria privada que se
interrumpe. Hay un capítulo del libro, Okupas rocanrol, en el que nos
preguntamos por qué algunos grupos de la época no estaban en el primer
soundtrack. Jugábamos a que en ciertos momentos podrían sonar La Renga, Los
Piojos, Flema, Las Pelotas, Viejas Locas.
– El personaje que ingresa a la casa con una sandía en
medio de una fiesta era un misterio en sí mismo. Resultaba interesante que no
se resolviera, pero en la nueva versión se perdió algo de ese encanto.
– Sí, queda muy direccionado
hacia ahí. Más allá de que pueda ser ladrón o policía, podía ser un personaje
del desborde, de la noche, esa gente hermosa que no sabés de dónde vino y quién
la invitó a la fiesta. Hay
musicalizaciones que quitaron una ambigüedad que estaba buena.
SOBRE EL AUTOR
Nació en Quilmes en 1983. Es graduado en la carrera de Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y trabaja de docente en el conurbano bonaerense y de tutor en la Diplomatura de Gestión Educativa y en el Seminario Pedagogía Mutante de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Escribió en la revista Crisis la “Sección conurbano” (2016-2021) y en otros medios. Es integrante del colectivo de investigación y escritura política Juguetes Perdidos, que suele colaborar en varias publicaciones y revistas. Editaron con Tinta Limón los libros Por atrevidos. Politizaciones en la precariedad (2011), ¿Quién lleva la gorra? Violencia/nuevos barrios/ pibes silvestres (2014), La Gorra Coronada. Diario del macrismo (2017) y La sociedad ajustada (2019).
Link a la nota> https://circoromano.com.ar/okupas-fue-una-banda-de-rock-que-aparecio-en-la-television/
Escuchá la entrevista pulsando la imagen
No hay comentarios:
Publicar un comentario